Reflexiones sobre la danza 
por Paloma Hurtado



Empiezo con una cita de un libro “El valor del arte”, al que seguramente me remita posteriormente, que dice “el arte no es solo una forma de pensar el mundo, sino también y sobre todo es el pensamiento acerca de cómo pensamos el mundo”.

Buscando maneras de organizar tantos pensamientos a lo largo de los años, me decido por agarrarme a palabras que para mí son clave y quizás desde ellas poder exponer algunas ideas o conceptos que creo importantes en mi concepción del arte y de la danza.

Responsabilidad, coherencia, respeto, humildad, comunicación, canal, conexión, lenguaje, emoción, experiencia, metáforas, ritual, reflexión, pensar desde el cuerpo/con el cuerpo, público activo.

Creo en el arte como medio de comunicación, como herramienta que nos permite expresarnos más allá de las palabras, como motor de emociones y aquí el cuerpo, la danza, el movimiento más que nada, cobran todo el sentido, por esa capacidad de mover desde (emovere-emoción), mover hacia. El cuerpo intérprete como canal que permite conectar con el espectador a través de la mismísima sensación. Creo que no hay manera más certera de aprehender algo que a través de la propia experiencia, es por eso que creo que sentir en, desde (de nuevo) el propio cuerpo nos puede llevar a percepciones de la realidad, ajenas de otra manera. Despertar la empatía y el entendimiento. Despertar los sentidos, para conectar con la razón y el pensamiento a través de la vivencia.

Algo que me cuestiono constantemente es como universalizar la experiencia individual, para que las inquietudes personales trasciendan en un acto de responsabilidad y coherencia con el receptor/público de esta comunión, comunicación que es en esencia el hecho escénico. Y creo que en definitiva lo que nos mueve, nos conmueve, nos remueve es en todos semejante, y tendrá que ver con el contexto histórico y cultural en el que vivamos. Y es a través de signos, símbolos, ideas, conceptos, metáforas que encierran información que a todos nos pertenece, como si fuera inmersa en nuestro ADN, que podemos conformar una tela de araña que sustente el universo de la creación. Me gusta pensar en la creación como un pequeño universo con coherencia interna, en el que todas las partes tengan una razón y en su conjunto transmitan un mensaje. Un universo lógico cargado de todos esos signos, símbolos, metáforas que se transforman a través de la forma, del cuerpo, del movimiento y cobran nuevas formas y sentidos al ser percibidos, recibidos por el público.

La pluralidad en la recepción es algo a lo que muchos parecen tener miedo, pues estamos “enseñados” a hacer una lectura única de la historia. Y la realidad será, en dependencia del ojo que la mire. Es por esto que tantas veces encontramos a espectadores que “no entienden”, “no saben”, … y esto me hace pensar en una frase que leí de Olafur Eliasson que decía “no hay oportunidad de decir no soy parte del mundo, incluso no decir nada es decir algo”. Todo es posible, todo es válido, en la contemplación, en la observación activa no hay bien ni mal, sucede y se recibe y cada uno la traduce según su momento, según su experiencia, según su sensibilidad, según su predisposición. Como decía Alicia, nada es imposible. Me parece muy importante dar valor a la multiplicidad de obras, tras una obra, tantas como ojos, oídos, cuerpos, almas que la reciban. La multiplicidad y diversidad de viajes, de paisajes, de cuestiones, que puedan generar. Todas podemos recibir, pues tras la responsabilidad del artista se esconde un universo que en su esencia nos es común como seres humanos.

Y comparto nuevamente una cita sobre el valor del arte, “su capacidad para estimular nuestras capacidades cognitivas, para ponernos a pensar y reflexionar, distanciarnos de nuestros hábitos y saberes no cuestionados, para desordenar aspectos de nuestro mundo y forzarnos a cambiar de perspectiva y aprender alguna cosa”. Esto para mi es muy importante, ya que pretendo, de nuevo, mover, remover, conmover la conciencias, el pensamiento, el corazón, el alma, despertar del no querer ver, del no querer tomar partido, del sentirse ajenos a una realidad que a todos pertenece y que construimos con nuestras decisiones y nuestra manera de vivir (ahora más que nunca me resuena todo esto). Surge aquí entonces una co-responsabilidad del artista y del espectador. Por un lado desde la honestidad, la humildad, el exponerse (ponerse al servicio de), de ser canal de comunicación, ser por encima del yo, transformarse, ofrecerse a otras miradas, a otros cuerpos, a otras conciencias. Y por otro, la implicación, la apertura, el trabajo presente. Quizás esta sea otra clave, la presencia, el puro presente que compartimos, el momentum y lo efímero del mismo lo que caracteriza a la danza, a las artes escénicas y las hace experiencias únicas, de gran valor.

Es por el propio hecho de la experiencia, lo sensorial, el viaje en/con la obra, que me he cuestionado constantemente desde el principio sobre el espacio escénico y la ubicación de los espectadores en el mismo y por lo que creo que la mayor parte de mis trabajos los he creado para espacios no convencionales. Por un lado, hay una proximidad humana, un participar de un mismo espacio que nos une, nos hace semejantes, nos pone en un mismo nivel necesario para la comunicación. También sucede que hacemos uso de un espacio público que nos pertenece como ciudadanos, lo invadimos y lo ponemos en valor, o quizás lo revalorizamos o resignificamos de esta manera, con nuestros actos, con nuestros cuerpos, con nuestros pensamientos. He descubierto muchas cosas bailando en diversos espacios singulares y he conectado con gente de maneras maravillosas que, desde un escenario, en un teatro a la italiano, no he conseguido. Adoro poder ver como alguien cambia su expresión, te acompaña en tu viaje, hace su propio viaje, vive intensamente el presente, contigo, con los otros. Un gran todos, que somos, se hace más palpable. Es un gran regalo.

Pienso mucho en la vida como viaje, en los movimientos de las personas, en el nomadismo, en el caminar….una vez me dijo una maestra que todos los movimientos se encuentran en el caminar. Me apasiona la capacidad de emocionarnos, los vellos de punta, las lágrimas de felicidad, las lágrimas de dolor, el pálpito acelerado del corazón, la fuerza que se desborda haciéndote invencible, la fragilidad más absoluta del ser. La mutabilidad ante todo, el cambio continuo, tan presente en la naturaleza, gran inspiración siempre, en lo más profundo del sentir y la contemplación. Y todo esto es lo que envuelve la creación para mi, pues ésta es una forma más de lo que nos rodea.

Es un camino también de autoconocimiento y ante todo un modo de vivir, estar en el mundo.

Y para terminar me gustaría acabar con otra cita de una filósofa que me encanta y cuya visión de la creación (en su caso a través de la poesía, de la literatura) comparto y disfruto, desentrañando sus palabras, entendiéndolas en mi cuerpo y en mis pensamientos.

“… [La araña] pone en relación los puntos de referencia que escoge en su espacio y, entre ellos, teje su tela. El universo como tela mejor que como construcción. La madre araña en vez del demiurgo arquitecto. Lo prefiero. Feminizar el tópico: en vez de la producción del demiurgo, la subsistencia del insecto. El demiurgo produce, ofrece y pide cuentas; es la ideología del capitalismo. La araña segrega y reabsorbe; es la economía de la subsistencia.

Porque la araña no teje por placer, sino por necesidad. Al igual que el artista de los tiempos antiguos, la finalidad de su obra es exterior a la obra misma […]. Pero ¿quién actúa solamente por el placer de actuar sin atender al resultado? Y, por otra parte, en el caso del arte, ¿quién es la presa? ¿Quién, al sentirse atraído por la elasticidad de la trama, se acerca y se queda en ella prendido, preso? Tal vez se trate de eso que somos más allá del mí, de eso que somos todos, entre todos. Todas las presas son la misma presa, reabsorbida una y otra vez por la araña. La madre araña. La gran diosa o el brahman –al que las upaniṣads comparan a una araña– que reabsorbe en sí las formas del universo, la diversidad ilusoria, los mí que somos todos en el gran escenario.

Sí, la araña, la tejedora, es, al fin y al cabo, una metáfora adecuada. El fin es exterior y propio al mismo tiempo. Nosotros somos la presa y también somos la araña, la tela y el acto de tejer.” (Chantal Maillard).


Paloma Hurtado