La (in)mortalidad de la danza




Si uno de los grandes problemas históricos de la danza, al mismo tiempo que su sello de identidad, ha sido su perdurabilidad, su valor efímero y la dificultad para encontrar un soporte que permita su transmisión generacional, la situación pandémica actual nos obliga a reflexionar sobre la idoneidad de acceder a la danza en este momento a través de vídeos y formatos on Line. Desde nuestro punto de vista, solamente una coreografía pensada para ser editada en vídeo, creada para formato vídeodanza, puede alcanzar ese nivel tan deseado como el que se logra al ver la danza en vivo. Así que nos encontramos ante una gran encrucijada. Ojalá sepamos todos los profesionales del sector transformar este momento histórico en una situación favorable para nuevos retos y hallazgos necesarios. Pero, por ahora y aún sabiendo que históricamente todo momento de crisis conlleva nuevas oportunidades, resulta complicado imaginar un escenario de nuevas posibilidades ante una tragedia de tales dimensiones todavía a medio camino por resolver. Todavía hay que aceptar la espera, el paso del tiempo para curar heridas e imaginar otras miradas que puedan dulcificar lo acontecido y entonces, seguramente, encontraremos contextos apacibles e interesantes que no hubieran sido alcanzables sin pasar por esta no deseable experiencia. No seremos nosotras quienes nos pronunciemos, hoy por hoy, positivas y esperanzadas ante el cambio que se avecina, no tanto por prudencia sino más bien en coherencia con la dramática situación y la incertidumbre que ahora se cierne sobre la danza. Estamos más bien abiertas a toda la diversidad de emociones que nos sacuden estos días, convencidas, por supuesto, de saber transformar en algún momento toda esta acumulación afectiva, de dimensiones inesperadas, en fuente de nuevos conocimientos que volcaremos en nuestra danza, en nuestra manera de observar la realidad para llevarla a escena y al proceso artístico.

Ahora toca salir poco a poco de este letargo para iniciar una escalada de defensa por nuestros derechos, por nuestra profesión, y por la defensa de la cultura en general, y reclamar a los organismos públicos la labor de conseguir salvarla de esta sangría que podría avecinarse. Es justo el momento de utilizar toda nuestra artillería y sutilezas para hacer comprender a la sociedad la importancia del arte como el mejor catalizador de la deriva de una sociedad, del devenir de la historia, de los acontecimientos. Con capacidad para crear un tejido de pensamiento, crítico y reflexivo, la invitación a imaginar otras miradas, pensar en otros mundos posibles y soñar otras realidades futuras que siempre sacuden nuestro presente.


Nos cuesta imaginar a la danza de manera on line, deseamos que esto solo responda a un breve momento y que su reformulación (si ha de haberla debido a esta “nueva normalidad”) no ponga en juego el poder de disfrutar la danza en vivo.

De entre las artes de la representación, fue fundamental que le tocara a la danza encarnar la carencia, la caducidad de toda representación; y hacerlo a través de lo carente, de lo caduco por excelencia, que es el cuerpo mortal.

Todavía nos preguntamos que mientras las artes plásticas se aceleraban a sí mismas a través de mil vanguardias, de mil revoluciones, de mil actualizaciones, la danza ha languidecido en una sustancial repetición de sí y de sus propios protocolos formales. La Historia de la Danza (alojada como un devaneo en los desvanes de la Historia del Arte) estuvo hecha en general de retornos, de regresiones. ¿No será, toda la danza, un acto de duelo, la simple declaración – por decirlo en palabras de Forsythe – de que “nos estamos evaporando”?; ¿No será, toda la danza, un desconsuelo de la imagen?

La danza como arte nació en la misma época en la que nació el retrato allá por la Baja Edad Media y durante siglos las formas de la danza occidental no han hecho sino obedecer al imperativo de devanar las figuras posibles, la parte de no-temporalidad ilusoria del cuerpo temporal. Mientras las artes plásticas poseían la indudable ventaja de plasmar esa imagen en artefactos inmortales porque son ya materia inerte, la danza poseía la dudosa ventaja de articular la misma imagen en un no-artefacto mortal porque el cuerpo está vivo. Durante siglos, el equilibrio, la relativa no beligerancia de la danza con las demás artes, fue hija de una especie de contrato silencioso, reconociendo la superioridad relativa de los signos duraderos. Mientras un retrato pintado cuelga de la pared para siempre jamás, el auto-retrato siempre mejorable que es una danza se desdibuja en todo momento. Y puesto que la vejez, la decrepitud, la muerte, el eclipse y la desaparición son inevitables, no quedará sino darle a esta desaparición y al duelo que la acompaña, mientras esté vivo, la forma de una celebración: la danza es la fiesta de la desaparición.



Meritxell Barberá & Inma García

Taiat Dansa