Sobre nuestra vulnerabilidad y nuestra intemperie

Expuestos





¡Vamos! Exponte. Déjame verte.

Mírame a los ojos. Déjame saber quien eres.

Quiero ver tus cicatrices. Quiero ver tus arrugas. Me interesa tu imperfección.

Quítate la camisa y el cinturón.

Quítate los cueros y las espuelas.

Restriégate la boca y el pintalabios.

Quítate el brasier y los tacones.

Tropiézate.

Cuéntame lo que no sabes. Cuéntame tus dudas, tu perdición.

Déjate caer, abandónate a la gravedad.

Inquietud.

No saltes. Entrégate al viento.

Despréndete.

Quiebra el vidrio de tu persona.

Quédate y llora.

Cada lágrima un río de incertidumbre.

Déjame verte.

Permíteme ver en tus pupilas la tristeza infinita, la desolación.

No hay nada de malo en ello. Sólo belleza.

Sonríe. Sonríe ampliamente. Sonríe inundando esta habitación.

Llora y a continuación ríe hasta que no puedas más.

Ríe mientras cargas el peso del aislamiento. No lo escondas.

Y si no puedes con él, sentémonos a descansar imaginando un teatro lleno de gente y soltemos una gran carcajada mientras sacamos el mantel de cuadros y brindamos por todos los encuentros escénicos que tenemos pendientes.

Clava tu mirada en esta incógnita de la vida, en la partitura errática y sesgada que ya no quieres interpretar más.

No esquives. Sólo muévete. Sigue moviéndote.

Mira al que te mira mientras te mueves y dile que también se mueva. Invítame a descalzarme. Espera...ya me quito los zapatos.

Cuéntame.

Déjame verte.

Invítame a desnudarme y te diré que llevo años desnuda en este escenario. 

Estoy dispuesta. Adelante.

¡Dancemos!



Mercedes Pedroche