La creación



La creación es un acto de transformación, un acto que modifica algo existente. No es una idea, parte de ella y luego es acción, un resultado perceptible que nos guía.

Podríamos decir que en ocasiones es una respuesta a una búsqueda y otras veces un acto fortuito al que le damos un lugar y una valía. Aunque la creación no necesita aprecio para existir, el mercado sí.

Cuando hablamos de creación en el mundo del arte, a veces nos centramos en el resultado y su significancia. Se engrandece según su autoría o su contexto, pero la obra no es menos en sí. Ni siquiera pertenece a nadie en concreto. Nace y se proyecta como un eco.

Al proceso creativo se le suele preguntar por las fuentes, la motivación, el significado, los procesos psicológicos involucrados, la actividad mental necesaria... y raras veces se tiene presente que la obra es algo que ya es en otras formas y que un conjunto de causalidades la hacen emerger.

Se nutre de originalidad, espontaneidad, necesidad y hechos. Hace que lo inconsciente aflore. La obra de arte es un conjunto de significados que se puede resumir en letras, pero otras tantas simplemente es la experiencia, la vibración de la vida, y ésta nos recuerda a nosotros, con nuestro pasado y nuestro futuro, mientras nos ensancha por dentro.

La danza sería de los más altos ejemplos de esta idea del fenómeno.

En nuestra sociedad le hemos dado gran importancia a la palabra, y las obras más conocidas se sostienen ahí y/o en su comercialización: condensamos la luz entre los árboles en postales, historias en libros, abstracciones en cuadros... todo esto te lo puedes llevar a casa, acumularlo o tirarlo, incluso te lo puedes comer. Y la danza, tan efímera, tan humana... la no explicada, es reducida, no es material, no se acoge, no genera compromiso a pesar de ser percibida y transmutar. Quizás todo esto responde a la herencia de los poetas y los relatos antes de cualquier artefacto sustituto de la memoria.

Se limita y se mutila todo aquello que no se puede imprimir. A la danza se la desprecia por no ser nombrada, reduciendo su realidad a la escritura y encorsetándola en panfletos que tiramos al contenedor de papel. Y se nos obliga a hacer grandes esfuerzos por enconsetarla en otras lenguas que no son del cuerpo, y se exige hacerla vistiéndola de lo que no es.

Es curioso que una de las manifestaciones más genuinamente humanas sea de las menos comprendidas. Es como reducir el amor a las tarjetas que compras en un centro comercial, o la muerte reducida a una lápida. Sí, son un símbolo, pero sin él seguiría siendo igual de elocuente.

El cuerpo tiene otros muchos canales. Pantallas de células que vibran y mueven estructuras adentro. Hacen que se devoren toxinas y se calmen o alfloren sentimientos. Bailando, no sólo baila quien se mueve, también quien observa. La danza nace de ti y de mi, y muere en nosotros.

La creación en danza da valor al yo, al entorno, al vosotros, y a los contenidos de un inconsciente de la memoria colectiva, reduciendo el tiempo. La danza es un mensaje en cuerpos moviendose para otros cuerpos. Es experiencia, es campo de acción desde lo externo a lo más profundo. Es camino templado y alimento.

Hoy día hemos vivido la invasión en internet de muchos pasos de baile que sustituyen la cercanía, y no sé ustedes, pero yo me he quedo frío. No me toca nada, porque lo humano va por otros circuitos. Confinados echamos de menos los abrazos o simplemente la radiación del otro. Ahora más que nunca la danza coge el valor que le corresponde.

Aún no estamos en extinción.


Daniel Abreu