Hablando de inmunidades


Desde el confinamiento de Alberto Estébanez Rodríguez

20 de abril de 2020



Kazuko Hirabayashi (Kaz) solía decirme que si para algo ha de servir la danza que fuera sencillamente para derribar las lenguas, las pieles, las razas, las religiones, las políticas, las preferencias sexuales o la clase social.

Jamás entendería a un bailarin que no quisiera bailar con otro por su color, país, preferencia religiosa, sexual o de cualquier otra naturaleza. En nuestro mundo, en la danza, parece que somos inmunes a las barreras sociológicas que impone la sociedad. Kaz, tenía mucho razón: si nuestro código fuera un manual de uso cotidiano, es de seguro que nuestra sociedad sería infinitamente mejor.

Puede que en otras ramas de las artes escénicas se dé también esta inmunidad, pero por la forma tan cercana y palpable que tiene la danza de sentir al otro, en otras artes, este acercamiento y naturalidad, se hace menos tangible y mas forzado en el tiempo.

Todos sabemos que cuando dos bailarines se reconocen, el respeto y la admiración son lo único que cuenta. Solemos decir frases como “cuanto me gustaría trabajar con …” y lo hacemos nada mas que por su danza, sin importarnos ninguna de las cuestiones discriminatorias que a otras personas, echarían para atrás a la hora de establecer un vínculo personal o profesional.

Tenemos que preguntarnos que tiene la danza para hacer tan fácil aquello que es tan difícil, que “anticuerpos inyecta” a aquellos que la practican que en muy poco espacio de tiempo engrosan las filas de inmunes a la discriminación. 

Esta vacuna llamada Danza puede que no sea de uso generalizado, al parecer el receptor debe contar con una cierta sensibilidad para que cause efecto, una sensibilidad que le lleva a emocionarse por las cosas nimias e insignificantes y con ello alcanzar una grado de felicidad estacionaria que no puede conseguir a través de logros materiales de uso común. Parece que la sonrisa de un niño, la caricia de un anciano, una mirada, un gesto o pasearse ante piedras centenarias impulsaran con mas fuerza que el dinero la capacidad de crear.

Todo no es tan bueno, evidentemente.

Todos los bailarines del mundo, seguramente, coincidamos en que el COVID-19 ha puesto en aviso a la humanidad en una afirmación planetaria difícil de revocar, esta universal afirmación es “QUE SOMOS FRÁGILES”, muy frágiles. El orgullo de haber podido llevar el Rover Curiosity hasta el planeta Marte queda eclipsado ante un “bichito” que da al traste con millones de sueños que se hacen añicos cada 24 horas.

Es turno de ser todos danza, de ser bailarines, bailarinas, el “bichito” como nuestro arte, ha conseguido hacernos mas iguales e incluso de mirar el futuro con una inmunidad que aunque sea transitoria nos hará a todos mejores personas.


¡Larga vida a la danza y sus anticuerpos!


Atentamente,

Alberto Estébanez Rodríguez (*)




(*) Alberto Estébanez es profesor y director en el Centro Autorizado de danza Hélade, gestiona desde el año 2002, el certamen Internacional de Coreografía Burgos Nueva York y la empresa Ballet Contemporáneo de Burgos desde 1994.